Sabía que lo sabía pero,
cuando te lo cuenta alguien en primera persona, que lo ha vivido, que lo ha
sufrido en sus propias carnes, una congoja te consume el alma y la rabia te
pide guerra.
La tortura no es algo que
se limita a las cárceles de países casi ignotos en lejanos continentes o a países
muy notos como pueden ser las cárceles que los USA tienen en Guantánamo y
países varios. O en su propio territorio.
Nunca había oído hablar
del “régimen F.I.E.S.” en las prisiones y por lo que he oído y luego leído es
lo más parecido a los maltratos que vemos en las películas con las que suele
regalarnos la cinematografía norte americana y alguna europea como “La celda
212” (gran papel de Luis Tosar). Es más, la mayoría de películas se quedan
cortas con respecto a lo que le pasó a esta persona que tuvo la mala idea de
robar un banco con 18 años y una vez en la cárcel ponerse a leer y a reclamar
derechos para él y para sus compañeros. Tuvo la mala suerte de quedarse
impregnado de la lectura de clásicos como Bakunin, Piotr Kropotkin, Pierre-Joseph Proudhon, William
Godwin, Ludwig Feuerbach... y eso marcó su devenir.
Con él
y con cientos como él en las cárceles españolas no hay excusas baratas de que
son terroristas o narcos. Sencillamente son personas que se resisten a acatar
las condiciones inhumanas que se les infringe a los presos en las penitenciarias.
Son prisioneros dentro de la prisión.
No hace
falta extenderse mucho para imaginar a unas personas que por haber cometido
algún desagravio dentro de la prisión son castigados con torturas físicas: son
apaleados durante horas y horas, los drogan con medicamentos antidepresivos y cuando
cogen la adicción les privan de ellos para que pasen el mono, les hacen pasar
por un pasillo hecho de gendarmes que les aporrean hasta dejarles con un
aliento apenas, violaciones a mujeres, etc. Y con torturas psicológicas: son
privadas de la convivencia con los demás presos y recluidos en celdas esposados
23 horas al día (la otra siguen esposados pero salen con un controlador a un
ínfimo patio a tomar un poco el aire), 24 horas con la luz encendida durante
meses, en ocasiones les tiran la comida en el suelo para que coman como los
cerdos, etc.
Los
valerosos cuerpos de seguridad que se encargan de esos prisioneros, son
celosamente escogidos de entre lo peor y más sádico del cuerpo así como los
médicos que se encargan de ocultar todo y de tratar que no mueran, algo que no
siempre consiguen. Pero todos los trabajadores de prisiones son culpables por
acción u omisión. Todos saben lo que pasa en esos departamentos incomunicados
donde el acceso es restringido para quien no es de los cuerpos especiales pero nadie
lo denuncia.
Es
repugnante solo imaginar esa prepotencia, ese sadismo, esa mezquindad.
¿Qué
les contarán a sus familias, a sus amigos? ¿Qué se contaran a ellos mismos para
poder dormir, comer, salir a la calle?
Realmente
hay mundos paralelos y no queremos darnos cuenta. Cada día nos tomamos la
píldora azul para creer que a pesar de todo vivimos en una sociedad civilizada
y dentro de lo que cabe, aceptable. Pero cuando probamos la roja solo nos
quedan dos opciones: o no volverla a probar o abandonar la azul para siempre. Tened cuidado.
Manuel
Martínez
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