Que quede claro. Ni administración está sobredimensionada,
hay un montón de departamentos incluidos en ella que no serían propios de este
colectivo y el Liceu es un monstruo que necesita de mucho personal para ser
gestionado. Ni los músicos cobran demasiado, hacen una tarea especializada que
además requiere de mucho temple para estar delante de 2.000 personas y lo que
ganan está acordado por convenio. Ni los cantantes del coro se venden a toda
costa sino que reclaman lo que de derecho es suyo y también ha sido pactado. Ni
los técnicos de escenario son unos gandules porque puedan tener momentos de espera para entrar en acción durante un cambio, eso no es estar
ociosos.
A partir de aquí, es cierto que hay siempre intentos de
desestabilización por parte de personajes que pueden pertenecer a cualquiera de
los cuatro colectivos. Gente ruin que acostumbra a sembrar vientos para ver que
recogen. Profesionales de la difamación que no dudan en sacar de contexto una
acción o en inventarse lo que creen que les puede beneficiar.
Ahí está el caso que se está dando desde hace tiempo por parte sobre todo de algunos miembros de los colectivos llamados artísticos. En su
fanatismo de ver a los colectivos no artísticos como un lastre incapaz de
entender las sensibilidades de su casta, han estado engañando a sus compañeros
haciéndoles creer en la posibilidad, jurídicamente inviable, de distanciarse
del proletariado y montar un comité propio que solo les represente a ellos. Les
han hecho creer que son la columna vertebral del teatro. Únicos e inimitables. Las
sólidas bases sobre las cuales los otros dos colectivos mendigan y se atreven
incluso a opinar. Lo que tiene en pie el teatro somos todos.
Para ser creídos por sus compañeros, que no son tontos
aunque les tomen por tales, se apoyan y avalan en falacias y difamaciones aviesas
de cómo los delegados de otros colectivos se inmiscuyen en sus asuntos, los
fiscalizan, los vetan, los insultan, les obligan al consenso, critican sus
ínfulas, les amenazan. Estos y no los colectivos son los culpables de la animadversiones que se puedan crear.
Llegado sería el momento de hacer una catarsis y quitarse
las máscaras. De contrastar informaciones calumniosas de aclarar todo lo
aclarable, de organizar asambleas mixtas donde se expresen dudas y
contradicciones, de dejarse de aclamar falsedades populistas que pretenden
ensalzar los ánimos de nuestros egos.
Despertemos pues compañeros; seamos críticos con nuestra
realidad y analicémosla por nosotros mismos. No es suficiente con votar cada
cuatro años a nuestros representantes y luego dejar nuestro futuro en manos
ajenas. O vamos al unísono o nos hundimos. Nadie es quien para usurpar nuestros
derechos. Hagamos que el color verde que ahora es el de la mezquindad, vuelva a
ser el color de la esperanza y que los malos vientos sembrados se conviertan en
tempestades para quienes los sembraron.
Manuel Martínez
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