viernes, 24 de octubre de 2008

Quejas, lamentos y demas

Nos quejamos todo el día. Eso sí sabemos hacerlo, pero es lo único que hacemos. ¿Y con qué fin?
Todos hemos tenido alguna vez algún amigo que se quejaba continuamente y con el tiempo intentábamos evitarlo, dejábamos de invitarlo y si podíamos alejar la pena y la compasión, cortábamos de raíz esa relación tan perjudicial.
Tengo la sensación que yo soy ese amigo al que evitan y que formo parte de un grupo que cada vez, me temo, va a ser más numeroso.
Me quejo porque no me llega el dinero al final de mes; me quejo porque la cesta de la compra cada vez sube más; me quejo porque los alquileres son caros; me quejo porque las hipotecas no paran de subir; me quejo porque poder dar a mis hijos una buena educación equivale a dinero; me quejo porque la escuela pública tiene en sus aulas un 85% de inmigrantes y porque la concertada sólo el 15% y porque por cada inmigrante que compasivamente acoge esta escuela concertada a cambio recibe mucho dinero (hasta las religiosas que deberían hacerlo siguiendo las enseñanzas de su Dios y por lo tanto gratuitamente); me quejo porque oigo a un chico de 18 años por la tele preguntándole al presidente electo (da igual que sea de izquierdas o derechas): ¿cómo ve que él no se pueda comprar un piso? ¡Increíble! Yo a los 18 sólo pensaba en lo mucho que me gustaba aquel o aquella, en lo que me iba a poner al día siguiente, lo que iba a hacer el fin de semana y, por supuesto, en estudiar, y cuando acabé de estudiar no se me ocurrió nunca comprar un piso.
Leo cartas de los lectores a los periódicos dónde denuncian que malviven y que no se pueden permitir ningún lujo, que el sueldo sólo les llega para pagar la hipoteca, el coche y el colegio de sus hijos. Pero acaso, ¿tener un piso de propiedad y un coche no es un lujo? No es más dramático, tener contratos temporales, cobrar sueldos que en países tan caros como nuestra ciudad equivalen al sueldo mínimo, no saber si mañana vas a conservar tu trabajo…

No entiendo mucho de economía, ni quiero. Pero me parece recordar que los bancos y caixas siempre cierran sus cuentas con muchos beneficios, ¿eso hace que la economía de un país vaya bien? ¿somos solventes? Yo nunca he llegado a final de mes, y los bancos no me ayudaron. Ahora, ¿se están yendo a pique los bancos o es que los beneficios no son tan altos?
Y leo, pero ya digo que no entiendo, que el estado decide ayudarlos dándoles una inyección de euritos. ¿De qué euritos? Una parte de esos euritos, ¿es mía? ¿Estoy ayudando a un banco? ¿estoy ayudando a que me cueste más llegar a final de mes? ¿estoy ayudando a que una escuela concertada se haga cargo, no sin ser alabada esta proeza, de un niño extranjero?

Si extrapolo todo esto tan enorme a un mundo más pequeñito, el mío tal vez, dónde yo trabajo, ocurre un poco lo mismo, aunque con algunas salvedades. Del Liceu se aprovecha mucha gente, desde el trabajador gandul hasta el jefe inepto.
Todos los directores generales que han pasado por esta casa, cada cuál más diferente, han tenido algo en común: por una parte, son políticos o de alguna manera han estado ligados a la política (incluyo la Caixa como la mayor fuerza política) y por otra, en esta segunda similitud incluiremos a los diferentes directivos, nos han repetido hasta la saciedad los sueldos tan altos que tenemos.
¿Comparado con quién?
Con el trabajador de fuera, el que trabaja contratado por una ETT para que la empresa tenga más beneficios.
Con los sueldos de los trabajadores de otros teatros como Berlín, París, Londres… pongo algunos ejemplos de ciudades que se puedan comparar a Barcelona.
¿Nos comparan a sus propios sueldos?
Entonces resulta que mi sueldo no está mal: no puedo pagar hipoteca, ni mantener un coche, me tengo que traer una fiambrera con mi comida, si a mis hijos les crece el número de pie, es un dolor de cabeza tener que comprar unos zapatos nuevos, no puedo, no puedo, no puedo…. Pero está bien.
Eso sí, debe corresponder al cargo que ocupo, es decir un oficial raso, sin más responsabilidades que la mía propia, que es nada más y nada menos que hacer bien mi trabajo.
¿Qué cobran los asalariados que pertenecen a la Dirección del teatro? Mucho, seguro. Eso lo sabemos todos, incluso los que oímos constantemente que los rasos hacemos subir la masa salarial de esta casa. ¿Pero realmente, lo que cobran corresponde al trabajo que realizan? En algunos casos son verdaderos ineptos, eso también lo sabemos todos (tampoco hace falta ser excesivamente listo para darse cuenta). Suplen sus carencias con favores personales, bravuconadas, amenazas, gritos… Pero aquí siguen y con mucha gente a su cargo.
Una de dos: o tienen padrinos o hábitos un tanto dudosos que comparten y que sirven como contraprestación a la hora de negociar la salida. Por si no queda claro esto último, vendría a ser algo así como “si me echas yo hablo”, o tiro de la manta, que está más de moda.

Y yo me pregunto, dentro de mi ignorancia ¿esto no es un poco como lo de un banco? ¿Acaso el sueldo del jefe que nos amenaza inconscientemente con que sobra gente, no lo pago yo también? Parte de nuestros sueldos se pagan con el dinero de la Administración Pública con la que yo contribuyo o me hacen contribuir mensualmente.
Es irónico que parte de mi dinero sirva para pagar a gente que no sabe hacer la O con un canuto, pero que me manda.

No cedemos el asiento a la gente mayor, ni a las embarazadas, ni a ayudamos a los minusválidos, pero al gigante, por mezquino que sea, lo ayudamos y lo hacemos cada vez más grande. Le cedemos el asiento y le rendimos pleitesía.

Podría quejarme, mañana, tarde y noche. Pero no porque esto sea injusto o por todo lo que ya he ido escribiendo.
Me voy a quejar porque no entiendo nada de nada y me gustaría que alguien, que no perteneciera al engranaje de los gigantes me lo explicara. Y sobre todo, me voy a quejar porque todo esto no es más que eso, una queja; pero el gigante me ha absorbido y no tengo fuerza para hacer otra cosa.

Y nos hicieron creer que el comunismo se desmoronó con culpables, nombres y apellidos. El capitalismo tan triunfante hoy agoniza envuelto en su propia mentira, pero no hay nombres y nos obligan a salvarlo pagando, como siempre, todo el coste nosotros. Asistimos a la “refundación del capitalismo”, no nos podría haber tocado un momento más repugnante de la historia, para vivir. Como mínimo quejarnos. No hace falta que les demos el asiento, ya están todos sentados, pero nos miran desde arriba.

Sólo quería dejar constancia de mi queja, pero no me rehuyáis por los pasillos. No lo voy a hacer más.

Eclipse

No hay comentarios: