lunes, 20 de mayo de 2013

Planes


Es condición sine qua non recortar todos los derechos laborales. Ahora que se lleva lo “vintage”, está de moda volver al siglo XIX. Se lleva lo exótico, adquiramos las costumbres laborales de Bangladesh.

Esto podría ser una buena interpretación del plan director. Un plan fraguado por mezquinos sin escrúpulos y sin el menor sentido de la gestión. Ya sean directores generales de instituciones culturales, consellers de cultura o presidents de la generalitat. Sin olvidarnos de los próceres de la alta burguesía catalana ya sea vía mecenazgo (que no filantropía) o directamente vía propietarios de parte de nuestras instituciones, presuntamente de todos.

Por lo que respecta al teatre Liceu, es inconcebible que el patronato y las decisiones que allí se toman o se aprueban y que afectan al teatro, estén en manos entre otros, de intereses particulares. Intereses que nada tienen que ver con el carácter universal de la cultura.

Tenemos nuevo presidente del patronato. No el de siempre, el de la generalitat, que sigue constando como “presidente de honor” (cuanto presidente y cuanto honor…) sino el que después de meses, de años de demora, ha aterrizado en el teatro con la intención de arreglar una situación que el director general nunca supo solucionar. Lo más importante que ha hecho este director general es demostrar que el teatro no necesita ese cargo ni gastar ese sueldo. Hemos estado más de cinco años sin director (Cullell también demostró su inoperancia cuando había dinero) y se ha ido a salto de mata y a las órdenes directas de los burócratas que nos desgobiernan. El amarre del sillón es lo único que saben atar.

Lo primero que ha hecho el nuevo presidente del patronato, ha sido dar un golpe de mando denostando y echando de su despacho al gran inútil. Medida que cuenta con gran aprobación pero que se queda corta, ¿Para qué seguir pagando un sueldo a semejante personaje?

Es Molins una persona influyente en el mundo de los prohombres y los políticos de este país. Incluso de la nación. Sin duda sus influencias podrán ayudar a que el teatro se rearme pero, ¿A qué precio? ¿No estaremos ante la futura privatización del liceu? Es cierto que son ante todo nuestros puestos de trabajo lo que hemos de defender pero, cuidado, que el árbol no nos impida ver el bosque, de otro modo, a medio plazo estamos destinados a perecer. No podemos aceptar el resurgimiento a cualquier precio. Alerta de quienes y a cambio de qué, pueden llegar a poner su dinero.

Este podría ser un buen momento de demostrar quién es quién. Que demuestren su capacidad de gestión y devuelvan el teatro a quienes lo levantaron realmente después del incendio, la sociedad y los trabajadores.

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