El pasado día 20 de marzo Ferran Mascarell acudía ante la
Comisió de Cultura i Llengua (CCL) para tratar el tema de la Agencia Catalana
del Patrimoni Cultural (ACdPC). Aprovechando la circunstancia, un grupo de
trabajadores del Liceu, nos acercamos hasta las puertas del Parlament para
mostrar nuestra preocupación por la deriva que está tomando la cultura en
nuestra comunidad. Siendo el Conseller alguien que, a nuestro entender, apuesta
por una idea de cultura basada más en objetivos e intereses privados, y no en la defensa de la cultura
como servicio público e identitario del país, y como no; por la problemática que estamos
sufriendo los trabajadores del teatro.
Se colocaron algunas pancartas y se corearon gritos por la dimisión de Mascarell, contra el expolio patrimonial y en defensa de
las reivindicaciones en el Liceu. Cuando este llegó, caminando y seguido de su
séquito, decidió acercarse a los manifestantes para interesarse del porqué
estaban allí.
Se le dijo que los gestores que él había apoyado en los
últimos años estaban destrozando las plantillas y que ahora mismo está
dirigiendo el teatro una persona (que
respetuosamente se le definió como KILLER) que no tiene vínculos ni
nociones de lo que es la cultura y que hace temer por el futuro inmediato de
muchos puestos de trabajo y por el convenio colectivo recientemente firmado.
Se le dijo que no se puede gestionar una infraestructura
cultural a golpe de números y despidos y que no somos los trabajadores quienes
tenemos que pagar las deficiencias gestoras de los últimos años.
Que desde Sos cultura se teme por la privatización de la
cultura y la pérdida de puestos de trabajo que significa el desmantelamiento de
plantillas de instituciones culturales públicas.
Había algún despedido entre los manifestantes que le expuso
que a algunas personas les habían destrozado la vida laboral y probablemente la
privada debido a que habían entregado más de 30 años al teatro que ahora los
dejaba en una situación complicada debido a la edad y a las pocas posibilidades
que ofrece un mercado tan pequeño.
Mascarell respondió, visiblemente molesto, que consideraba
que el nuevo director general era la persona adecuada para la situación y que
intentarían hacer el menor daño posible.
El único momento en que sonrió aunque de manera sarcástica,
fue cuando se le pidieron las actas del patronato, del cual es vicepresidente
primero. Es lo que tiene la transparencia.
Una vez en sesión parlamentaria, hizo una larga exposición
de las veleidades de la agencia de patrimonio y de las maravillas de nuestro
país mezclando de manera sospechosa con mucho de turismo y de iniciativa
privada. De hecho, por ahí le entraron básicamente los representantes de los
diferentes partidos. Se le acusaba de querer privatizar y vender el patrimonio.
Cosa que el negó insistentemente pero que se ve reflejada en los estatutos.
Una ocasión más para ver las miserias de los que se creen
prohombres con derecho a actuar por cuenta de terceros. De cómo utilizan
subterfugios para huir de situaciones incómodas y de cómo se dilata el tiempo
en las sesiones parlamentarias. Pero sobre todo fue una entrañable experiencia
la del calor de los compañeros en defensa de los puestos de trabajo y también,
cómo no, de la cultura y el servicio público.
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