jueves, 24 de junio de 2010

¿Qué se debe?

Los políticos tienen que obedecer los dictados de los mercados; “por que lo dicen los mercados” aducen. Sin embargo, los mercados no son elegidos, por lo que gobiernan en dictadura. Se puede considerar que está en riesgo el sistema democrático, si es que este se puede considerar como tal. Los que no se presentan a elecciones dicen lo que hay que hacer y los gobiernos acatan. No nos engañemos, la economía es política y mientras la controlen los grandes poderes, esta democracia es una falacia.
El trabajador es el que crea riqueza pero, mientras unos pocos se quedan con esa riqueza, el trabajador es quien paga las malas políticas. Sin trabajadores no hay riqueza, solo los parásitos que se enriquecen a costa del trabajo son prescindibles.
Se hace reforma laboral pero no fiscal pues quien marca las normas son los que se niegan a pagar. Si de lo que se trata es de despedir con menor coste y reducir las garantías laborales en su conjunto, estamos retrocediendo y manejando conceptos del siglo XIX
Los partidos políticos tienen un único objetivo, ganar las elecciones, y para ganar las elecciones hay que decirle a la gente lo que quiere oír y hay que encontrar a quien lo dice bien. ¿El programa? Ya veremos luego. El resultado es que no hay debate, no hay convicción, no hay propuestas ni argumentos. Ya no estamos en democracia, estamos en demagogia. Estamos en el plebiscito permanente.
Esta crisis está haciendo que se desmoronen muchos principios liberales o neoliberales, parece que a fin de cuentas el mercado no se regula solo, que puede colapsarse, y entonces, hay que llamar al estado y decirle lo que debe hacer. Está claro, se privatizan los lucros y las perdidas las asumimos todos.
El capitalismo tiene la piel dura y aguanta a costa de los de siempre. Si seguimos esperando a que nos organicen la vida y no tomamos conciencia movilizándonos y diciendo: basta nosotros decidimos, seguiremos pagando.
Esta ronda también la pagaremos nosotros pero la próxima….

Manolo Martínez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me han bajado el sueldo.

Señores/as, es muy triste pedir, pero es mucho más triste tener que robar.

Cuantos seres humanos se hunden en esa tristeza abocados sin freno a esa catacumba del sablazo y el descuido, del hurto y la guasa.

Mi sueldo era digno, señores/as, y por eso lo quería, por bueno y honrado. Creo que nos merecíamos el uno al otro, aún cuando él a veces me era esquivo y me ignoraba, y en ocasiones me tenía desatendido como un cepillo episcopal a la calderilla.
Hacía años que únicamente se me aplicaba en un incremento vulgar de dejadez y sorna, desasiéndose en burlas contra mi desgobierno anual de revisión perrohortelanista, que si bien me permitía creer en el futuro, me obligaba a visitar al psiquiatra que vive en los cubos de los supermercados.
Le recuerdo de una época en la que ambos, sueldo y yo, nos correspondíamos con honradez y moralidad estajanovista, rendimientos que para nada podrían ser catalogados de locura o pelotilleo, pues él derivaba de mi compromiso con una empresa loable y también digna, experta en maremotos, terremotos, y andantes con moto.
Mi sueldo había sido siempre serio, señores/as, aunque últimamente se mostraba pesaroso y dolorido, como ya se ha comentado, y cada vez me dejaba menos espacio en el colchón abollado del fin de mes, y corría el aire entre nosotros (con matorrales y todo) y se me daba la vuelta después del acto y del cobro a la primera.

Yo sospechaba algo, pero siempre me respondía que tal cosa no podría ser posible, hasta que un día llegó partiéndose el pecho a altas horas de la noche del último día de un febrero gris y cuaternario. Ahí comprendí que me hacía el salto, pero entonces ya me importó bien poco, tenía una estrategia.

Le obligué a seguir conmigo a base de chantajes hipotecarios y de letras de
prestamistas y de facturas y de vencimientos y de apremios y de otras cosas que mencionar no quiero. Mi sueldo, mi querido sueldo, se asusto entonces y, quizás debido a tanto, enflaqueció, y ahora lo veo arrugado, y aquí lo tengo, escurrido, aunque lo animo, no se crean, a base de aquello de: Yo soy yo y tú eres tú ¿Quién es más tonto de los dos?

Pronto iremos a los tribunales, lo estoy viendo, pero para entonces lo reciproco que queda entre nosotros se habrá convertido en un pozo de dejadez y desgana que hará que nada vuelva a ser lo mismo.

Lo llevábamos con discreción y soltura, y los vecinos nada saben de lo nuestro.