Un niño es la crisálida de un amor y de un llanto, es la estrofa primera de un poema, es la cuesta inicial de una montaña. Y la muerte de un niño es tan absurda cual la de una mañana que se volviera sombras. Si ayer se desgarraron las carnes de la madre, si un rumor de blancura le despertó los senos, esa sangre, esa leche, ese dolor, han sido la raíz de los pasos de un hombre. Sólo el leñador loco corta un árbol cuando el tronco es apenas tierno cogollo inútil. Sólo loca la muerte ha de matar un niño, apagar un amor que no ha nacido y secar unas lágrimas que no han corrido nunca. Mientras los niños mueran yo no logro entender la misión de la muerte.
(Miguel Otero Silva)
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