miércoles, 18 de mayo de 2011

José Luis Orihuela

Las protestas ciudadanas que han tenido lugar en varias ciudades españolas desde el 15 de mayo y que se extenderán como mínimo hasta el 22 de mayo, día de las elecciones, constituyen de momento una elocuente reivindicación de una agenda social que la clase política estaba (y sigue) ignorando olímpicamente durante la campaña.

En España está ocurriendo algo grande, aunque todavía no sabemos qué es, ni cómo se canalizará.

Por lo pronto, lo que se dirime el 22M es la composición de los gobiernos locales y regionales, que en la mayor parte de los casos no tienen competencias sobre buena parte de los asuntos reinvindicados por los manifestantes. Además, las protestas se orientan también a castigar electoralmente a los dos grandes partidos nacionales (PSOE y PP) y a un partido catalán (CiU) por haber aprobado con sus votos una ley que penaliza a los usuarios de la red para proteger los intereses del lobby de las industrias culturales.

Aunque el movimiento, a tenor de las etiquetas que lo describen en Twitter, tiene una identidad difusa (#acampada #acamapadasol #democraciareal #democraciarealya #nonosvamos #nolesvotes #spanishrevolution #yeswecamp), es previsible que tenga un impacto moderado en la artimética electoral del 22M (seguramente estimulando la participación y distribuyendo el voto entre partidos nacionalistas y minoritarios), y un impacto de mayor calado a medio plazo con motivo de las elecciones nacionales en 2012. Para ese entonces, o el movimiento se articula de forma política, o bien los partidos en liza que aspiren a captar el voto de los cabreados tendrán que incorporar en sus programas las reivindicaciones que los manifestantes han trasladado desde las redes sociales a las calles de España.

Finalmente, no hay que descartar una proyección europea que trascienda las manifestaciones ante las embajadas españolas y prenda la llama de otros descontentos latentes, que no son pocos.

Mientras tanto, en la clase política (que entiende esto mejor de lo que le conviene reconocer), unos miran para otro lado apretando los dientes y otros esperan pescar algún voto en un río revuelto que puede llevarse muchas cosas por delante.

Estamos pasando de una pretendida política 2.0 a una reivindicada democracia 2.0, pero todavía no sabemos cómo funciona, ni que efectos secundarios tiene.

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